ALTERACIONES NEURÓTICAS EN LA INFANCIA
Autor: Psicoanalista Ángela Gallego
Alcalá de Henares
La palabra infancia suele asociarse con una época de la vida donde los días parecen acontecer en una bucólica dicha y que, salvo en casos excepcionales, no atraviesa complicación alguna. Nada pudiera parecernos más alejado de estos primeros años como la enfermedad mental y cuando ésta muestra algún indicio, lo habitual es negar su existencia con un “ya se le pasará, es la edad”, o en el peor de los miedos su conducta se atribuye a una tara genética del pequeño a modo de condena. Lo cierto es que los niños pueden padecer graves alteraciones psíquicas que en ocasiones se cronifican y alcanzan la edad adulta, ampliándose generalmente en sus síntomas, si bien la plasticidad del psiquismo es tal, que a diferencia de los órganos del soma, puede restablecer su normalidad perdida sin lesión alguna si se acude a tratamiento, que en el caso de las dolencias del alma es el psicoanálisis. La enuresis o micción nocturna es junto con las manifestaciones de hiperactividad una sintomatología muy común en la infancia cuando el entorno reprime con exceso la educación sexual al mismo tiempo que carece de cierto pudor en situaciones diarias donde el niño es tratado como si fuese un ser asexual, infértil a la excitación o a la elección de objeto amoroso, y pudiera permanecer impasible a las exhibiciones corporales o el exceso de mimo en los cuidados del aseo. Los padres que aman tiernamente a sus hijos y no dudan en llevarlos a clases de inglés para que aprendan idiomas, o a visitar las montañas a ver naturaleza, o a un psicoanalista cuando notan cierta inquietud y lo ven penar demás o suspender demás, pueden mostrarse sin embargo, poco inclinados a aceptar la indicación del psicoanalista, a quien confían su hijo, para acudir ellos también a consulta. A menudo los padres piensan que el problema lo tiene el niño porque es él quien moja la cama, suspende los exámenes o no para quieto y ellos no tiene nada que aportar, ni ningún otro problema más allá de ese niño, que no saben cómo controlar. Esta resistencia de los padres a aceptar su participación en la vida de su hijo, como no puede ser de otra manera si se tiene en cuenta que la indefensión inicial del ser humano le hace un gran observador de aquellos en quienes está puesta su vida e inicialmente piensa omnipotentes, es uno de los mayores escollos en el tratamiento de los trastornos psíquicos con los menores. La sexualidad suele considerarse un tema alejado a la investigación infantil y a pesar de las insistentes demandas infantiles de información, que a menudo no dejan lugar a dudas sobre su origen, las explicaciones reales pueden retenerse en muchos casos a través de elusiones o fábulas hasta la adolescencia. La pregunta que primeramente se hacen todos los niños e impulsa su investigación científica es la procedencia de los bebés, un hecho en donde sienten comprometido el amor de sus padres por ellos y les hace temer un cambio en su posición. En los casos de enuresis la familia sufre una doble moral, por un lado se mantiene un tabú frente a la educación sexual, eludiendo las más básicas nociones de la reproducción en los mamíferos, y por otro lado las conductas en la casa son a veces demasiado liberales, por ejemplo los padres permanecen con la puerta abierta durante toda la noche, algo que si no entorpece su comercio sexual entonces lo hace público a los oídos del niño, o los hermanos adolescentes u otros adultos se visten en cualquier parte de la casa como el salón o la cocina con la excusa de tener prisa o cualquier otro razonamiento. Esta continua exhibición mantiene al niño sobreexcitado y en una duda permanente acerca de lo límites de la sexualidad humana, que a diferencia de la animal está reglada por la ley de interdicción del incesto. Igualmente, los niños hiperactivos intentan en su demanda constante que alguien le responda con la claridad de la ciencia, sin adornos ni falsas conclusiones, sus interrogantes en relación con la procreación. No existe un momento ideal para las explicaciones pautado por la edad, sino que el propio niño a los ojos de quien le preste atención irá formulando sus inquietudes. Cuando engañamos a los niños en relación a lo sexual provocamos en ellos una incipiente desconfianza y con el tiempo, si no consiguen aclaración, acabarán por no tomarnos como interlocutores válidos para esos asuntos o si la autoridad paterna es muy severa, por reprimir su investigación sobre lo sexual y en consecuencia su instinto de saber quedará fijado en esta cuestión aparentemente irresoluble, e inservible para las demás investigaciones, lo que se traducirá en la aparición de dificultades escolares. La enuresis es análoga a una polución nocturna y en la infancia los objetos de amor no son otros que los padres. Este primer amor destinado a fracasar por la propia inmadurez biológica del niño goza no obstante de todos los complejos sentimientos que cualquier relación amorosa entraña. Un niño sobreexcitado por una constante presencia materna, que supervisa continuamente su rendimiento escolar, no respeta la intimidad de su cuarto o se ducha con él para lavarle bien el pelo, descargará su excitación sexual en micciones nocturnas y presentará falta de concentración e inseguridad en tareas, que en un estado diferente realiza con extraordinaria pericia. El tratamiento de niños no puede ser sin los padres, que no sólo deben permitírselo a su hijo sino a ellos mismos. Y no se trata de pensar que los padres hicieron algo mal y alguien los va a corregir, sino de aceptar que la relación más importante en la infancia, amor de todos sus sinsabores, primeros maestros del deseo, son los padres.
Alcalá de Henares
La palabra infancia suele asociarse con una época de la vida donde los días parecen acontecer en una bucólica dicha y que, salvo en casos excepcionales, no atraviesa complicación alguna. Nada pudiera parecernos más alejado de estos primeros años como la enfermedad mental y cuando ésta muestra algún indicio, lo habitual es negar su existencia con un “ya se le pasará, es la edad”, o en el peor de los miedos su conducta se atribuye a una tara genética del pequeño a modo de condena. Lo cierto es que los niños pueden padecer graves alteraciones psíquicas que en ocasiones se cronifican y alcanzan la edad adulta, ampliándose generalmente en sus síntomas, si bien la plasticidad del psiquismo es tal, que a diferencia de los órganos del soma, puede restablecer su normalidad perdida sin lesión alguna si se acude a tratamiento, que en el caso de las dolencias del alma es el psicoanálisis. La enuresis o micción nocturna es junto con las manifestaciones de hiperactividad una sintomatología muy común en la infancia cuando el entorno reprime con exceso la educación sexual al mismo tiempo que carece de cierto pudor en situaciones diarias donde el niño es tratado como si fuese un ser asexual, infértil a la excitación o a la elección de objeto amoroso, y pudiera permanecer impasible a las exhibiciones corporales o el exceso de mimo en los cuidados del aseo. Los padres que aman tiernamente a sus hijos y no dudan en llevarlos a clases de inglés para que aprendan idiomas, o a visitar las montañas a ver naturaleza, o a un psicoanalista cuando notan cierta inquietud y lo ven penar demás o suspender demás, pueden mostrarse sin embargo, poco inclinados a aceptar la indicación del psicoanalista, a quien confían su hijo, para acudir ellos también a consulta. A menudo los padres piensan que el problema lo tiene el niño porque es él quien moja la cama, suspende los exámenes o no para quieto y ellos no tiene nada que aportar, ni ningún otro problema más allá de ese niño, que no saben cómo controlar. Esta resistencia de los padres a aceptar su participación en la vida de su hijo, como no puede ser de otra manera si se tiene en cuenta que la indefensión inicial del ser humano le hace un gran observador de aquellos en quienes está puesta su vida e inicialmente piensa omnipotentes, es uno de los mayores escollos en el tratamiento de los trastornos psíquicos con los menores. La sexualidad suele considerarse un tema alejado a la investigación infantil y a pesar de las insistentes demandas infantiles de información, que a menudo no dejan lugar a dudas sobre su origen, las explicaciones reales pueden retenerse en muchos casos a través de elusiones o fábulas hasta la adolescencia. La pregunta que primeramente se hacen todos los niños e impulsa su investigación científica es la procedencia de los bebés, un hecho en donde sienten comprometido el amor de sus padres por ellos y les hace temer un cambio en su posición. En los casos de enuresis la familia sufre una doble moral, por un lado se mantiene un tabú frente a la educación sexual, eludiendo las más básicas nociones de la reproducción en los mamíferos, y por otro lado las conductas en la casa son a veces demasiado liberales, por ejemplo los padres permanecen con la puerta abierta durante toda la noche, algo que si no entorpece su comercio sexual entonces lo hace público a los oídos del niño, o los hermanos adolescentes u otros adultos se visten en cualquier parte de la casa como el salón o la cocina con la excusa de tener prisa o cualquier otro razonamiento. Esta continua exhibición mantiene al niño sobreexcitado y en una duda permanente acerca de lo límites de la sexualidad humana, que a diferencia de la animal está reglada por la ley de interdicción del incesto. Igualmente, los niños hiperactivos intentan en su demanda constante que alguien le responda con la claridad de la ciencia, sin adornos ni falsas conclusiones, sus interrogantes en relación con la procreación. No existe un momento ideal para las explicaciones pautado por la edad, sino que el propio niño a los ojos de quien le preste atención irá formulando sus inquietudes. Cuando engañamos a los niños en relación a lo sexual provocamos en ellos una incipiente desconfianza y con el tiempo, si no consiguen aclaración, acabarán por no tomarnos como interlocutores válidos para esos asuntos o si la autoridad paterna es muy severa, por reprimir su investigación sobre lo sexual y en consecuencia su instinto de saber quedará fijado en esta cuestión aparentemente irresoluble, e inservible para las demás investigaciones, lo que se traducirá en la aparición de dificultades escolares. La enuresis es análoga a una polución nocturna y en la infancia los objetos de amor no son otros que los padres. Este primer amor destinado a fracasar por la propia inmadurez biológica del niño goza no obstante de todos los complejos sentimientos que cualquier relación amorosa entraña. Un niño sobreexcitado por una constante presencia materna, que supervisa continuamente su rendimiento escolar, no respeta la intimidad de su cuarto o se ducha con él para lavarle bien el pelo, descargará su excitación sexual en micciones nocturnas y presentará falta de concentración e inseguridad en tareas, que en un estado diferente realiza con extraordinaria pericia. El tratamiento de niños no puede ser sin los padres, que no sólo deben permitírselo a su hijo sino a ellos mismos. Y no se trata de pensar que los padres hicieron algo mal y alguien los va a corregir, sino de aceptar que la relación más importante en la infancia, amor de todos sus sinsabores, primeros maestros del deseo, son los padres.
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